jueves, julio 03, 2008

la ronda de san miguel

Domingo 22 de octubre de 2006

EFE

Radiografía a la tierra del hockey

La ronda de San Miguel

La comuna es una marca registrada. Aunque cambió a la par de todo Chile, San Miguel sigue siendo un lugar lleno de acción, donde se mezclan los vecinos organizados contra las inmobiliarias, con artistas conceptuales y arribistas de corazón. Todos se juntan en los colegios y prestan sus casas para hacer fiestas y completadas a beneficio.



Felipe Saleh
Nación Domingo

Mucho más lento de lo que pasa el día en San Miguel, dos dibujantes trabajan revistiendo con trozos de vidrio multicolor las tres figuras fabricadas en tamaño natural que acompañarán otra de Condorito, en El Llano. La zona con más estatus y plusvalía en esta comuna y el patio de los que construyeron esta casa: la familia Subercaseaux, cuyo descendiente más conocido es Gabriel Valdés Subercaseaux.

Hasta 1987, San Miguel era un extenso territorio, que incluía San Joaquín y Pedro Aguirre Cerda, donde están la Legua y La Victoria, respectivamente. Aunque el régimen las dividió, fragmentando las zonas de pobreza y resistencia más dura, no consiguió quitarle la camiseta roja a los vecinos, que a un lado u otro de Gran Avenida responden que son de San Miguel, reducida al centro de la zona sur. Pero siempre cargada a la izquierda.

BARRIO ROJO

Los dibujantes son nativos de aquí. Por eso, al pasar frente a la entrada de la ex cava de vinos de los Subercaseaux, para ver qué pasa, ponen cara de espanto: es Jacqueline van Rysselberghe, flanqueada por asesores, guardaespaldas y un notero de “Caiga quien caiga”. El martes pasado, los partidos de oposición eligieron esta cava –un enorme subterráneo– para reunir a la comisión política ampliada.

Julio Palestro, el alcalde, aclara que no hubo “gato por liebre”. Que la cava se le arrienda a cualquiera. “Es parte de la apertura y diversidad que caracterizan a nuestra comuna. Además, la UDI no tiene nada que hacer aquí, hicieron una muy mala gestión que dejó una deuda de 8.500 millones de pesos”, dice.

Su padre, Julio, y sus tíos, Tito y Mario, ocuparon la alcaldía sin contrapeso hasta el ’73 y él la recuperó recién en 2004. Y aunque su palabra tiene el peso de quien pertenece a los Kennedy de San Miguel, Julio Palestro se equivoca. Eduardo Ramírez Cruz (UDI), miembro de una pequeña dinastía de abogados sanmiguelinos, estuvo antes que él como alcalde, y en la elección pasada sacó un no despreciable 35% de los votos. San Miguel ya no es la comuna de izquierda dura, esa de la casa de Santa Fe 725, donde cayó acribillado Miguel Enríquez (y que los dueños no quieren vender para convertirla en museo), ni tampoco la zona efervescente en la que le llegó un tiro en la nuca al sacerdote André Jarlan, párroco de La Victoria, durante las protestas en septiembre de 1984.

LOS PADRINOS

Jorge, uno de los dibujantes, y Omar, un poeta que estuvo exiliado en Suecia, toman cerveza en el Club San Miguel, un restaurante antiguo –donde el mozo conserva el humor de Manolo González– que resiste los nuevos tiempos en la misma cuadra de los edificios Don Agustín, en el paradero 6 de la Gran Avenida.

Los parroquianos se retuercen en sus sillas y contienen los insultos cuando les digo que lo del hockey “no es para tanto, que no es un deporte tan popular”. Omar se defiende citando los registros del Comité Olímpico, donde quedará inmortalizada la selección de “tenis patín”, igual que Claudio Barrientos, el boxeador sanmiguelino que le ganó al favorito, perdió con un coreano y se quedó con la medalla de bronce en Melbourne 1956. Tiene razón.

Diez años después empezó la moda de poner estatuas en El Llano. Había una de José Martí, otra de Carlos Gardel y una del Che Guevara, frente a la que Fidel Castro pronunció un discurso cuando lo nombraron “hijo ilustre” de San Miguel en 1971. Dicen que Patria y Libertad probó su capacidad operativa dinamitándola, meses antes del golpe.

Los Palestro eran de origen italiano, igual que varios trabajadores de Mademsa, la empresa de la familia Simonetti, y de las fábricas de zapatos, más todos los otros que volvieron del boom salitrero en el norte y se instalaron en los terrenos de emergencia repartidos en esta zona.

Mario Palestro –el de los bigotes frondosos, “el de verdad”, como dicen los vecinos que lo conocieron– era un padrino que repartía monedas a los niños pobres cuando salía a la calle y juntaba a la gente del Zanjón de la Aguada y del Matadero cuando había que “echarle la bronca a alguien”, cuenta Omar.

EL PUEBLO UNIDO

Al final de su vida, Mario Palestro se autoproclamaba como el “último socialista”, según el ex diputado Rodolfo Seguel. Por cierto, era el último de una generación que logró construir en su comuna algo así como el paraíso cultural del Estado paternalista. Especialmente en los años 70. “Había clases de canto, pintura, talleres de arte, biblioteca y un teatro donde formamos a grupos de niños de escasos recursos”, cuenta el folclorista Nano Acevedo. Todo gratis.

Entre los profesores estaba Antonio Peredo, un boliviano replegado de la guerrilla del Che Guevara y hoy senador por el Movimiento al Socialismo de Evo Morales. Obviamente, los artistas y el público que hervía en los alrededores discutían sobre el mejor camino al socialismo. Pero, sobre todo, lo pasaban bien.

“En el Llano Subercasaux, para las campañas de Salvador Allende, se organizaban ferias de arte. Recuerdo haber visto a Víctor Jara cantando ‘El cigarrito’, y más allá a Nemesio Antúnez mostrando sus pinturas”, cuenta Iris Aceitón, dueña de un lavaseco hace 24 años y que rescató su aguerrido pasado en la Jota para juntar a un grupo de vecinos que operó en contra de la ampliación de Gran Avenida. “La idea era hacer tres pistas y expropiar. Desaparecían como 40 paraderos”, dice. Firmaron un acuerdo en 1997 con el ex ministro de Vivienda Edmundo Hermosilla, para dejar todo como estaba. “Jugó a nuestro favor que había elecciones parlamentarias, vino Jaime Estévez y Carlos Bombal”, dice Iris, y demuestra estar tan fogueada en política como Camilo Escalona, hijo de un obrero panificador y egresado del Liceo 6 de San Miguel, igual que el trío Los Prisioneros.

El pueblo sanmiguelino volvió a unirse hace un año, cuando se organizaron para evitar que las casas de 400 metros cuadrados –que distinguen la comuna– se convirtieran en torres de 20 pisos. Defendamos San Miguel, se llaman, y ya consiguieron paralizar los proyectos, a la espera de una enmienda en el plan regulador. Proceso que tiene muy irritadas a las constructoras que disfrutan del estallido inmobiliario, las que “tienen detenidas inversiones por 40 millones de dólares, y a través de ‘El Mercurio’ han hecho un lobby tremendo”, dice Juan Salazar, integrante de la organización.

HIGH SCHOOL

En San Miguel coexiste la cultura combativa de izquierda con la tradición aristocrática Subercaseaux. Se nota en los colegios. “Aquí, la gente se junta según donde tienes tú a los niños”, cuenta Omar. Uno clásico es el Instituto Miguel León Prado, de curas españoles, “especialmente de Barcelona, donde se jugaba mucho hockey”, dice Eduardo Díaz, un señor de perfecto traje a rayas y pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, proveedor oficial de patines para el colegio. Agobiado por la crisis asiática en los ’90, el León Prado flexibilizó sus requisitos académicos de ingreso y “entraba el que podía pagar”, dice Pedro Arias, ex alumno del Claretiano, la competencia.

Para las niñas está el Corazón de María, de donde salieron las hermanas de Mauricio Pinilla y la conductora de Canal 13 Jeanette Moenne-Locoz. También está el Santa Rosa, donde fue a clases Yamna Lobos, hija de una profesora. Ellos son en parte la nueva estirpe sanmiguelina, más allá de la izquierda o la derecha, que se ha instalado en los nuevos departamentos, “pero compra en el Parque Arauco o se toma un helado en el Tavelli”, según Iris Aceitón. Los que se van para siempre no cambian su domicilio y vuelven a votar; o para empezar de cero, como Jorge González, que retornó a la casa de su mamá para limpiarse y componer. Guardó “San Miguel” para el último disco de Los Prisioneros. Su hermana Zaida vive aquí y pertenece a un colectivo de fotógrafas que expone retratos de bandas hip-hop en la cava.

Todos los colegios compiten por ganar en los deportes y en organizar la fiesta más apoteósica. “Si uno hace una fiesta con espuma, el otro trae a Los Chancho en Piedra y pone luces robotizadas”, dice Pedro Arias. También hay familias que dicen que viven en El Llano cuando su casa está en San Joaquín.

ROCK Y COMPLETOS

En los festivales de colegio siempre ha habido diversión. En alguno partió Aguaturbia, “teníamos una tribu de San Miguel que nos seguía a todas partes”, cuenta Denisse, la vocalista, que vivía detrás de la comisaría donde trabajaba su padre, en el paradero 8. Igual que Tumulto y Los Prisioneros, que tocaban en el escenario con todo el “cancionero protesta” de los ’80. Todavía se organizan las fiestas en casa. Con papás dentro. La de los Pinilla, en la Villa Atacama, “siempre la prestaban para hacer fiestas o completadas y juntar fondos para el curso”, cuenta una ex compañera.

La “etnia” de San Miguel tiene su expresión en un tipo poco pretencioso, pelusón, desgarbado, pero con la arrogancia de la que no tiene tiempo que perder y nada que disimular. Ahí están la casta de dibujantes que hizo historietas en los ’80 y ’90, Carlos Caszely, Camilo Escalona, Claudio Narea, Roberto Rojas y Daniel Riveros, conocido como “Gepe” por la prensa especializada, que lo bautizó como el “heredero de Víctor Jara”, por su mezcla melancólica de rock y folclore. Todos con pinta de cualquier cosa, pero nunca del montón. Siempre de San Miguel. LND

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